Comentario
Con todo, antes de 1914, Gran Bretaña había podido conllevar el problema de Irlanda. Diferente fue el caso de Austria-Hungría compuesta, como alguien dijo, sólo "de Irlandas".
El caso, en efecto, resultó paradigmático en muchos sentidos. En primer lugar, el compromiso de 1867 no había resuelto los problemas entre Austria y Hungría. Cuestiones como la contribución económica de Hungría a la Monarquía dual o como el Ejército -que seguía siendo un ejército unificado y mayoritariamente austríaco- alimentaron el independentismo húngaro: los independentistas, dirigidos desde 1894 por Ferentz Kossuth, lograron una gran victoria en las elecciones territoriales húngaras de enero de 1905 y, aunque más tarde, los liberales -que bajo el liderazgo de Kalman Tisza, jefe del Gobierno entre 1875 y 1890, habían sido el principal apoyo del régimen dualista- recuperaron terreno (reorganizados en el Partido Nacional del Trabajo), la amenaza del separatismo magiar continuó gravitando sobre la vida política de ambas Coronas.
En segundo lugar, en esa misma Hungría, que se regía por una Constitución propia y distinta de la austríaca, la política de magiarización impulsada durante el largo gobierno de Tisza provocó la reacción nacional de croatas (unos 2 millones en 1910, eslavos y católicos), eslovacos (también unos 2 millones, pueblo de campesinos étnicamente próximos a los checos) y rumanos (unos 3,25 millones establecidos en la Transilvania húngara, objeto del irredentismo de la Rumanía independiente). En concreto, el nacionalismo croata se radicalizó sobre todo durante la etapa de gobierno asimilista del gobernador húngaro Conde Héderváry (1883-1903). De una parte, Ante Starcevic, creador del Partido del Derecho Puro, desarrolló la idea del trialismo, esto es, la transformación de la Monarquía dual austrohúngara en una Monarquía trial austro-húngara-croata dentro de la cual existiría una Croacia independiente en la que se integrarían todos los pueblos eslavos desde los Alpes al Mar Negro (croatas, eslovenos, serbios y eslavos musulmanizados), a los que Starcevic y su partido no reconocían como nacionalidades distintas de la croata. De otra parte, resurgió la vieja idea de la unidad de los eslavos del sur, la idea de una Yugoslavia, de una unión de croatas, serbios y eslovenos en una entidad política propia bien independiente, bien autónoma dentro de la Monarquía austríaca, tesis del obispo croata Josip Strossmayer (1815-1905), fundador de la Academia Yugoslava de Zagreb.
Pero, en tercer lugar, esa idea yugoslava, que se estrellaba con las diferencias religiosas e históricas entre croatas y serbios, alimentó, contra las expectativas de sus ideólogos las diferencias ínter-étnicas. Al menos, la concepción croata pugnaba con las tesis del nacionalismo serbio que aspiraba, como el croata, a la liberación de los eslavos del sur pero bajo liderazgo y hegemonía propios, esto es, del reino de Serbia (3 millones de habitantes en 1910) y de las comunidades serbias de Austria-Hungría (otros 2 millones). La tesis serbia, por hacer del pequeño reino independiente serbio el Piamonte de los Balcanes, parecía, a principios de siglo, más realizable que la croata. Y en todo caso, aunque el nacionalismo croata creó fricciones en el interior de Hungría, fueron los serbios quienes asumieron el liderazgo: primero, por medio de distintas organizaciones y grupos clandestinos que surgieron en Bosnia-Herzegovina desde que la provincia, de mayoría serbia, quedó bajo administración de Austria en 1878; luego, en 1903, cuando el nacionalismo impuso un cambio de dinastía en el propio reino de Serbia y propició un giro en la política de éste hacia la confrontación directa con Austria-Hungría.
Y, en cuarto lugar, surgieron problemas en la propia Austria, a pesar de que la Constitución de 1867 reconocía la igualdad de las nacionalidades (en 1910: 10 millones de alemanes; 6,5 millones de checos; 4,9 de polacos; 4 de rutenos; 1,25 de eslovenos; 770.000 italianos; 700.000 croatas; 100.000 serbios; más 850.000 serbios; 400.000 croatas y 650. 000 musulmanes en Bosnia-Herzegovina) y de que se había dado autonomía a Polonia y Bohemia y reconocido los derechos lingüísticos de las minorías. En concreto, la política de equilibrio y entendimiento multinacional que había logrado el conde von Taafe en su largo mandato al frente del gobierno (1879-1893) naufragaría ante el crecimiento de los nacionalismos austríaco y checo y, en general, ante la complejidad de todo el problema de las nacionalidades. Esto ya se había puesto de relieve antes: en 1871, el plan del canciller austríaco Hohenwart de crear un Imperio federal dando a Bohemia el mismo trato que a Hungría en el esquema imperial fracasó por la doble oposición de los húngaros y de la minoría alemana de la propia Bohemia. Pero ahora las cosas se radicalizaron.
En 1882, como ya quedó dicho al tratar del pangermanismo, Georg von Schónerer creó en Linz el Partido Nacionalista, un partido radicalmente pangermánico, populista, antisemita y declaradamente hostil a las nacionalidades eslavas del Imperio (a las que quería excluir de su proyecto de unión y pureza racial austroalemanas incluso dándoles la independencia); y poco después, se creó el partido de los jóvenes Checos, un partido radical, democrático e independentista que, tras su victoria en las elecciones regionales bohemias de 1891, rechazó la política de acomodación que, durante los años de Taafe, había seguido el nacionalismo checo histórico. Taafe mismo dimitió en 1893 luego que un plan suyo que proponía la partición de Bohemia -región de mayoría checa pero con una importante minoría alemana- en distritos administrativos, lingüísticos y étnicos separados, tropezase con la doble negativa checa y alemana; y luego que su proyecto de reforma electoral encaminado a diluir el voto nacionalista estableciendo el sufragio universal masculino fuera rechazado por conservadores y liberales. Uno de sus sucesores, el conde polaco Cachimir Badeni, jefe del Gobierno imperial entre 1895 y 1897, dimitiría también por razones similares: porque su proyecto de ordenanzas lingüísticas, que equiparaba el alemán y las lenguas locales en determinados distritos, provocó una oleada de agitación callejera en diversas ciudades liderada por el partido de von Schönerer (y en 1898, un proyecto de dividir Bohemia en tres distritos lingüísticos distintos, chocaría frontalmente con el obstruccionismo de los nacionalistas checos, opuestos a toda idea que pusiese en entredicho la unidad de Bohemia).
Más aún, la caída de Badeni abrió un largo período de inestabilidad gubernamental y de crisis constitucional que se prolongó prácticamente hasta 1914. El liberalismo dinástico austríaco, verdadero soporte del Imperio se vio, de una parte, paralizado por el problema de las nacionalidades, y de otra, superado electoralmente por la irrupción de dos partidos de masas: el Partido Social Cristiano, creado en 1890 por Karl Lueger (1844-1910), un antiguo concejal liberal del ayuntamiento de Viena que rompió con los liberales ante la extensión de la corrupción en la gestión municipal, un partido católico, social-reformista, antisemita, que buscaba deliberadamente el voto de las clases medias bajas vienesas (y que lo obtuvo Lueger, un formidable orador de masas, fue alcalde de Viena entre 1897 y 1910) y el Partido Social Demócrata (SPD), creado en 1889, dirigido por Victor Adler (1852-1918) judío, nacido en Praga pero de cultura alemana, condiscípulo de Freud y hermano del psiquiatra Alfred-, partido teóricamente marxista pero reformista y moderado en la práctica, apoyado por los sindicatos y con un número de brillantes intelectuales a su frente (Rudolf Hilferding, Karl Renner, Otto Bauer, Max Adler), que, tras la introducción del sufragio universal en 1907, se convirtió con sus casi 90 diputados en el principal partido del Parlamento austríaco.
El sistema austríaco pudo en teoría haber derivado hacia un bipartidismo socialcristiano/socialdemócrata. El partido social-cristiano era dinástico y el SPD, aun no siéndolo, había elaborado, según las ideas de Karl Renner y de Otto Bauer (autor en 1907 de La cuestión de las nacionalidades y la socialdemocracia), una verdadera teoría política del Imperio, proponiendo, ante el problema de las minorías nacionales, su transformación en un Estado democrático, federal y multinacional basado en la autonomía de todas las nacionalidades. Pero, en primer lugar, los círculos más conservadores de la Corte Imperial, y el propio emperador Francisco José, rechazaron la integración de las nuevas fuerzas políticas en el entramado del poder. Y además, el partido socialcristiano resultó ser un partido estrictamente vienés, y el SPD terminó por romperse precisamente por la impregnación nacionalista de sus propias bases y sobre todo, por las diferencias nacionales entre socialdemócratas alemanes y socialdemócratas checos (estos últimos crearon su propio partido en 1911).
Dada la fragmentación política que produjeron tanto el crecimiento de los nacionalismos como la introducción del sufragio universal en 1907 -en 1907 había unos 30 partidos en el Parlamento-, el gobierno parlamentario resultó imposible. Desde 1907, el emperador, de acuerdo con la Constitución, nombró gobiernos no-parlamentarios que gobernaron por decreto. La movilización nacionalista terminó, así, por provocar la crisis del parlamentarismo austríaco. El asesinato el 28 de junio de 1914 en Sarajevo del heredero al trono de los Habsburgo, el archiduque Francisco Fernando, resultó especialmente revelador. Primero, porque fue llevado a cabo por un grupo nacionalista (por la Mano Negra, uno de los grupos clandestinos serbios organizados en Bosnia-Herzegovina después de la anexión). Segundo, porque al atentar contra Francisco Fernando, los nacionalistas serbios mataban a quien parecía más dispuesto a reorganizar el Imperio en un Estado descentralizado que incluyera, junto a Austria y Hungría, el reino de Bohemia y un reino de Iliria para los eslavos del sur (por lo menos, Francisco Fernando, que era hombre de ideas cristianas conservadoras, detestaba a los nacionalistas austro-alemanes y solía recibir a los líderes de los jóvenes Checos y de los nacionalistas eslovacos, rumanos y croatas).
El nacionalismo aún produjo una última reacción política en Austria-Hungría. El crecimiento del antisemitismo que tuvo, como vimos, particular eco en Alemania y claras manifestaciones en Francia -recuérdense las ideas de Drumont y Maurras, y el affaire Dreyfus-, que constituía uno de los argumentos programáticos de los partidos de von Schönerer y Lueger, y que impregnaba vaga o explícitamente a los nacionalismos húngaro, croata, eslovaco y polaco, llevó a muchos judíos de esas regiones (en 1910, unos 2,5 millones en Austria-Hungría) a replantearse en profundidad la cuestión de su propia identidad personal y colectiva, la cuestión de su nacionalidad.
Impresionado por la degradación del capitán Dreyfus a cuyo juicio asistió como corresponsal del gran periódico vienés Neue Freie Presse, Theodor Herzl (1860-1904), escritor judío nacido en Budapest y establecido en Viena -donde fue conocido por su germanofilia y su dandysmo y esnobismo esteticistas-, sufrió en junio de 1895 su conversión al judaísmo, esto es, tomó conciencia de su condición judía y, lo que iba a ser más importante, concluyó que la asimilación de los judíos en las culturas y naciones europeas estaba abocada al fracaso. Retomando ideas de otros escritores judíos (como Hess y Pinsker), Herzl publicó en febrero de 1896, en Viena, su libro Der Judenstaat (El Estado de los judíos), punto de partida del movimiento sionista, (término acuñado por Nathan Birnbaum, otro intelectual judío vienés), libro en el que exponía una tesis clara y revolucionaria: la apelación a la creación de un Estado judío, que Herzl, hombre de formación liberal, occidentalista y nada religioso concebía como un Estado libre, laico y socialmente igualitario, que esperaba lograr mediante negociaciones con los líderes de las grandes potencias y aun con el Sultán turco, preferentemente en Palestina, pero sin descartar otras posibilidades, como Argentina o incluso, Uganda.
Herzl murió en 1904 con sólo 44 años pero para entonces, había logrado reunir 5 grandes congresos sionistas, lanzar un periódico, crear un movimiento organizado, aglutinar a un núcleo de importantes colaboradores (como Max Nordau, Israel Zangwill y otros) y apasionar en torno a sus ideas y proyectos a las comunidades judías de Austria-Hungría, Rusia e Imperio Otomano (y también dividirlas: Martin Buber y Chaim Weizmann, futuro primer presidente de Israel, encabezaron una oposición cultural o tradicionalista, a Herzl; Karl Kraus, otro judío vienés asimilado, lo satirizó ferozmente en su obra Una Corona para Sión, de 1898).
Por todo lo visto, no exageraba ese mismo Karl Kraus cuando afirmó, ya en plena guerra mundial, que Austria-Hungría era como un "laboratorio para la destrucción mundial".